Qué suerte la mía de haberte conocido.
Qué suerte cruzarme contigo y que me abrieras la puerta sin pedir explicaciones,
como si siempre hubiéramos tenido pendiente un encuentro en otra vida.
Siento no haberte podido querer desde la calma
como tú merecías.
Me diste cariño del bueno,
de ese que no se compra ni se exige,
de ese que se da sin esfuerzo porque nace solo.
Fuiste mi abrigo en los días raros
y la risa en medio del ruido.
Yo no siempre supe hacerlo bien.
A veces no supe mirar, o cuidar, o frenar a tiempo.
Lo sé.
Y lo siento.
Pero nunca fue falta de amor. Nunca.
Por eso no te escribo.
Porque ya lo dijimos todo.
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