Está en las cosas pequeñas que nadie señala
el polvo flotando en mitad de una habitación vacía
la rendija del amanecer que se empeña en atravesar las cortinas
el reflejo que convierte un vaso medio lleno
en un mar de cristal.
La luz me ha enseñado a esperar.
A veces entra tan fuerte que arrasa con todo,
otras aparece tarde
con la calma de quien sabe
que siempre acabará llegando.
Hay lugares donde la luz no se limita a estar
sino que dicta las reglas.
Como Formentera,
donde la claridad no se posa
si no que permanece y te invade de ella.
Te obliga a mirarla hasta que duele
y a entender que el azul es un invento pobre
cuando se compara con este mar.
En ciertos rincones al sol le cuesta llegar
como si supiera que el tiempo es distinto aquí.
El horizonte se pliega
las sombras se deshacen
y hasta el silencio brilla.
No es un paisaje
es un pacto entre la piel y la luz...
caminar sabiendo que todo lo que miras
se quedará contigo mucho tiempo después de que te vayas.
Mi nombre significa luz.
Quizás por eso voy hacia el brillo como las polillas
buscando en cada resplandor una manera distinta de quedarme.
Por eso cuando me adentro en el pozo
o me revuelvo en un agujero negro
sé que bastará una chispa
para devolverme a mí misma.
Hay personas que también son luz
que funcionan como faro
que convierten lo cotidiano en brillo
y te iluminan sólo con estar cerca de ti.
La luz es la prueba de que nada permanece igual
de que todo cambia cuando alguien decide mirar de forma diferente.
Por eso me aferro a ella
porque mientras exista
no habrá sombra que me convenza
de que la oscuridad es el final.
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