que el aire no oliera a invierno antes de tiempo,
que los caminos que soñé bajo la piel de otro cuerpo
no fueran sólo huellas perdidas en la niebla.
Pero la vida no entiende de pactos secretos,
no firma con tinta lo que dicta el deseo,
ni concede tregua a quien espera demasiado.
Todo se quiebra antes de volverse cierto.
Las manos que juraron sostenerme
fueron viento y nada más.
Los labios que tejieron mañanas
fueron espejismos de luz en la sombra.
Los sueños, esos viejos traidores,
se sentaron a mi mesa, me ofrecieron futuro,
y luego se fueron sin pagar la cuenta.
Qué más quisiera yo que la certeza,
que no doliera lo que nunca fue,
que no pesara el eco de lo que callamos,
que las horas no mordieran con la rabia de un adiós.
Pero aquí estoy,
mirando el vacío donde alguna vez creí haber construido una vida.
Y el tiempo, siempre el tiempo,
que arrastra lo que queda,
pero nunca devuelve lo que falta.
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