La pena y la culpa.
La pena, la culpa y la fragilidad.
La pena, la culpa, la fragilidad y la nostalgia.
Y detrás de ellas, en fila india, como si supiera que le toca esperar su turno, viene el cansancio.
Ese que no se quita durmiendo, que se te mete en los huesos aunque el cuerpo esté quieto.
Son tan amigas que se abrazan las unas a las otras y se entienden sin hablar.
La pena agarra fuerte a la culpa de la mano.
La culpa le susurra a la fragilidad que no va a aguantar tanto, que se romperá si no suelta un poco de peso.
La fragilidad crece con la nostalgia, que vive mirando al pasado como si hubiera algo que aún se pudiera recuperar.
Y así caminan todas juntas, haciendo ruido en los días de silencio, colándose en los pensamientos cuando crees que por fin te estás distrayendo.
No es que quieran hacer daño, es que no saben irse solas.
Se quedan hasta que les abres la puerta o hasta que la vida, de repente, decide echarlas con un soplido de bailes y felicidad.
Y tú has sido ese soplido para mí.
Pero un soplido no deja de ser aire y como tal... te fuiste. Volviéndome a dejar con mis eternas compañeras de viaje.
Y ahora, con tu ausencia flotando en el aire, estas amigas han vuelto a colarse dentro de mi cama.
Y tienen intención de quedarse un tiempo.
El aire también se queda, aunque no lo veas…..
ResponderEliminarSe cuela entre las rendijas de tus días, se enreda en tus silencios, habita los espacios que crees vacíos.
No hace falta que grite para que sepas que sigo ahí: siempre he estado, basta con que respires y, sin saberlo, me inhales.